jueves, 11 de noviembre de 2010

Conociendo los tipos de mundos


Integrantes del grupo:
Miguel Albiol- Abner Cea - Sergio Fernández - Braulio Gamonal - Luis Figueroa - Matias Muñoz -
Fabian Riquelme - Hernán Vallejos.
Nosotros somos los que hemos creado este Blog en el Colegio Salesiano del curso 2ºA, en la asignatura Lenguaje y Comunicación, ademas con nuestro profesor encargado Daniel Alarcón.

Objetivo:
Pretender adquirir conocimientos fundamentales para este presente año escolar de una manera más facil y entretenida a través se este Blog que muestra ejemplo claros, para aprender a conocer los distintos mundos literarios.


Te damos la bienvenida a nuestro Blog aprendiendo a conocer los distintos mundos de la literatura...




Mundo Cotidiano (Hernán Vallejos)

Mundo Cotidiano

Es fiel a la realidad, busca representar el diario vivir de personajes
Comunes en un tiempo y lugar determinado.
Hace una descripción detallada de objetos paisajes y acontecimientos
Propios de relatos de lo autóctonos del diario vivir.





Subterra ejemplo de mundo cotidiano

Los obreros lo miraban con sorpresa dolorosa. ¡Qué cambio se había operado en el brioso bruto que
ellos habían conocido! Aquello era solo un pingajo de carne nauseabunda buena para pasto de buitres y
gallinazos. Y mientras el caballo cegado por la luz del medio día permanecía con la cabeza baja e
inmóvil, el más viejo de los mineros, enderezando el anguloso cuerpo, paseó una mirada investigadora
a su alrededor. En su rostro marchito, pero de líneas, firmes y correctas había una expresión de
gravedad soñadora y sus ojos donde parecía haberse refugiado la vida, iban y venían del caballo al
grupo silencioso de sus camaradas, ruinas vivientes que, como máquinas inútiles, la mina lanzaba de
cuando en cuando, desde sus hondas profundidades.
Los viejos miraban con curiosidad a su compañero aguardando uno de esos discursos extraños e
incomprensibles que brotaban a veces de los labios del minero a quien consideraban como poseedor
de una gran cultura intelectual, pues siempre había en los bolsillos de su blusa algún libro
desencuadernado y sucio cuya lectura absorbía sus horas de reposo y del cual tomaba aquellas frases
y términos ininteligibles para sus oyentes.
Su semblante de ordinario resignado y dulce se




Una vida por delante

Un día cualquiera Luis luego de salir del colegio como todos los días se fue caminando hasta su casa con un grupo de compañeros que vivían cerca de él. Como todos los días sus amigos lo ivan a buscar a su casa para que saliera a jugar a la pelota con los demás del pasaje para que no se lo pasara como todos los días encerrado en su casa jugando en el computador pudiendo disfrutar el día con sus amigos en un entretenido partido, sus amigos le decían que saliera y que como no podía estar un rato fuera del computador, pero el siempre les decía que en un rato mas iva a salir a jugar pero nunca sucedía porque cuando decidía salir ya no estaban jugando .
Hubo un día en que decidió en ir a jugar con sus amigos en vez de llegar a jugar en el computador, sus amigos estaban contentos porque por fin ivan a poder jugar con él un partido, cuando termino el partido sus amigos le empezaron a preguntar qué había sucedido, como había  salido a penas llego del colegio. El le dijo que se había aburrido de estar encerrado y que necesitaba salir y tomar aire fresco y hacer más ejercicio porque estaba muy flojo y cuando salía se cansaba mucho y necesitaba de hacer algo más que estar sentado frente a una pantalla ya que con el tiempo le iva a ser mal y que se iva a arrepentir de que porque nunca se salió aunque sea un momento del computador.
Mientras hablaban uno de ellos dijo sería una buena idea salir andar en bicicleta, los demás dijeron que sería una buena idea ya que todos tenían bicicleta y ganas de hacer algo distinto a lo de todos los días que era solo jugar a la pelota, empezaron de inmediato a preparase, elegir un día y a donde podrían ir. Decidieron que e fin de semana sería una buena opción ya que habría buen clima para realizar la salida, también sugirieron ir al cerro ya que sería algo distinto a andar en la calle dando vueltas y que saldrían después de almuerzo como a las dos y media para aprovechar al máximo el día como sería algo distinto a todos los días. Estaban ansiosos porque llegara el fin de semana.
Llego el día tan esperado por todos, estaban todos muy contentos porque el clima los acompaño, ivan todos preparados con casco por si es que se llegaban a caer, también agua para la sed en fin ivan lo mas preparado por cualquier percance que sucediera durante el recorrido de esta cicletada en cierta forma que ellos organizaron para pasar un buen fin de semana entre amigos ya que para algunos seria un día inolvidable ya que nunca habían hecho algo así. Comenzaron a pedalear todos contentos algunos ivan mirando el paisaje ya que era precioso una vez ya entrando al bosque, seguían y la emoción que tenían ellos era tanta que en algunos lugares se detenían para observar el paisaje y sacar fotos para tenerlas de recuerdos ya que será un día inolvidable para algunos de ellos.
Como siempre hay alguien que le pasa durante los recorridos por los cerros en bicicleta, uno de ellos se cayó en una zanja  por ir mirando el paisaje ya que hermoso en tal lugar en que ivan, todos reían felizmente ya que fue divertida su caída pero todos daban gracias de que no le había pasado nada, estaba en perfecto estado y su bicicleta no había sufrido ningún daño siguieron con el camino, llegaron a lo más alto de la cumbre del cerro estaban ya todos cansados, apenas llegaron arriba en la cumbre vieron un pequeño arrollo que todos corrieron a él para refrescarse porque estaba haciendo un poco de calor,  pero estaban contentos porque pudieron lograr su objetivo que era llegar a lo más alto y disfrutar del día.
Ya una vez arriba en la cumbre empezaron a  mirar desde diversos puntos el paisaje, la vista era maravillosa nunca habían visto algo así. Luego más o menos como  a las seis y media decidieron bajar para que  nos los fuese a encontrar la noche para evitar diversos accidentes. Durante el regreso vieron paisaje,  aves hasta arboles que les habían llamado la atención se detenían para observarlos mejor y más de cerca. Una vez que llegaron todos devuelta a sus casas decidieron ir a descansar ya que  fue un día inolvidable, fantástico y muy bueno para recuperar energías y fuerzas ya que fue un día agotador para al día siguiente conversar de esto y ver fotos que habían tomado.
Se reunieron todos al día siguiente y comenzaron a hablar de cómo lo había pasado, recordar la caída de miguel por ir mirando el paisaje en vez de ver por dónde iva, en fin lo habían pasado genial, todos empezaron a ver cuando lo ivan a poder volver hacer ya que es una buena forma de pasar un buen fin de semana con amigos, y que lo mejor de todo fue de que Luis descubrió que se podían hacer muchas cosas entretenidas en vez de estar sentad frente a una pantalla viendo cómo pasa el tiempo en el computador y que salir de ahí estando con amigos a veces se puede pasar bien disfrutando con ellos saliendo y compartiendo. 





Mundo Onirico (Miguel Albiol)


MUNDO ONIRICO

Definición: Representa una nueva forma de ver la realidad, nos intenta mostrar el interior del ser humano.
  Se habla de onírico cuando las obras cuya historia presente quiebres con la lógica cotidiana, tal como puede suceder en los sueños e intentan dejar una reflexión sobre algo.






CUENTO TIPICO DE UN MUNDO ONIRICO

La noche boca arriba

Julio Cortázar

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.

Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.

Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.

La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.

Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.

Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.

Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.

-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.

Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.

Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.

Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.

Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.

Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.

Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.


Fuente: mailto:http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/cortazar/nocheboc.htm



CUENTO CREADO POR MI.

La Destrucción De Gaia

Se veían árboles muy pequeños y junto a e ellos un río que estaba casi seco y Sebastián caminaba como si nada, pero de un instante a otro se dejo de mover como si algo o alguien lo tomara de su camisa y pantalón, el intentaba correr pero no se movía, hasta que se dio vuelta y vio un pequeño árbol que con sus ramas y raíces lo sujetaba, como unas cadenas amarran a un delincuente, muy firmes. Sebastián le grita -¡¿qué demonios quieres de m!?-, pero no obtuvo respuesta del árbol, lo siguió mirando y lo sujetaba aún más fuerte, Sebastián aterrorizado, con la fuerza de sus brazos lo intenta mover pero fracasa en su intento.
El árbol prenuncia levemente -¡ayúdanos!- y en ese entonces Sebastián se da cuenta que el árbol est5a muy seco, su corteza  se caía a pedazos de lo seco que estaba y el joven le pregunto que había pasado y es justo en ese momento donde el árbol lo suelta y cae el suelo , el joven de dirige a los otros árboles que estaban igual de secos que el otro, pero estos lo intentaban espantar diciéndole -¡¿qué quieres llevarte ahora?1- ¡sal de aquí!,pero Sebastián no entendía nada y seguía avanzando a ellos, hasta que los árboles lo comenzaron a atacar y Sebastián corrió como nunca para poder escapar  de eso , solo pensaba en correr más rápido, alrededor de él el paisaje no era muy alentador.
Este joven ya no podía correr más, miro hacia atrás y se había dado cuenta que ya no lo seguían, se detuvo para descansar y de lejos vio la figura de un hombre alto que vestía de traje negro, con corbata y gafas oscuras, en la mano derecha traía un maletín negro, al llegar a su lado el hombre le pregunta quien era, pero Sebastián estaba tan cansado que ni siquiera le salía el habla. El hombre le vuele a preguntar lo mismo y el joven le responde que su nombre era Sebastián y le pregunta que había pasado e ese lugar y este le responde que esto era para la evolución de la humanidad.
Pero Sebastián le grita - ¡como pueden dejar que la naturaleza muera de ese modo si es tan importante para la vida!- y el hombre le responde que es parte de la industrialización y es necesario para mejor la vida humana y que si seguía con eso pensamiento iba a terminar igual que los demás que pensaron como él y el joven se percata que detrás del hombre venia una maquinaria gigantesca de destrucción seguida de robots que cortaban los pocos árboles que aun se encontraban en pie, luego de ver esa horrible escena volvió a correr para dejar de ver a ese hombre que solo se preocupa de su industrialización.
Así Sebastián llega a la orilla en donde había visto a eso árboles que en ese momento ya estaban cortados y se podía ver el desastre que había producido la evolución del hombre. Pero  Sebastián se comienza a preguntar como había llegado a ese lugar tan extraño y desconocido para él y en ese instante lo toman del hombro y el joven como pudo se levanto pero las piernas le temblaban de tanto correr y vio que era un hombre delgado con pelo  barba blanca y le pregunta ¿que estaba haciendo un joven en ese lugar?, pero Sebastián le responde con otra pregunta diciéndole ¿quien era él? Y si sabia cuando había comenzado esta destrucción.
El hombre le responde con voz amigable:-yo era un ecologista que logre sobrevivir a la matanza, me llamo Jhon y la destrucción comenzó hace tiempo pero lo que tú estas viendo comenzó hace unos 10 años atrás-. El joven asustado y cansado se va por la orilla del río sin decir nada viendo como fluía la poca y sucia agua. Sebastián apenado sigue avanzando y divisa a un búho votado cerca del río, con sangre en el ala derecha, lo ve fijamente e intenta ayudarlo, pero el búho le gritas y se intenta de alejar de él, el joven insiste en ayudarlo hasta que el búho le dice - ¡ ya lo tienes todo déjanos vivir lo poco que nos queda- pero Sebastián saca una venda que trae consigo y la coloca en el ala herida  del búho y este ultimo le replica-¿ qué estas haciendo?¿acaso no me vas a llevar a la ciudad como lo hiciste con mis hermanos y amigos?- y el joven le dice-¿ de qué ciudad me hablas? si yo ni si quiera soy de aquí- y le pregunta donde queda la ciudad que el búho menciono.
El búho le dice que solo debía seguir el derecho por el río y le pregunta - ¿qué vas ha hacer?- el joven decidido le responde ya lo veras- Sebastián se dirigía a la ciudad cuando escucha unos pasos detrás de él y se da cuenta que lo venia siguiendo el búho y el joven le pregunta -¿hacia donde vas?- y el búho le responde -te acompañare- y los dos siguen caminando, hasta que se encuentran con el hombre de terno y corbata, el búho y Sebastián se asombraron de encontrarlo y a la vez se asustaron y el hombre le dice – al fin de encontré- y agrega – no saldrás corriendo como la otra vez-, pero el joven sigue avanzando firme, hasta que ambos se encuentran de frente a frente y el joven dice- no saldré corriendo hasta que entiendas que ya no puedes seguir destruyendo la naturaleza y si lo sigues haciendo tu industrialización no servirá de nada ya que no habrá ningún lugar en donde podrías realizar tu evolución- el joven después de un tiempo de discutir entre ambos se dio cuenta que el hombre de terno empozo a entender y a la vez suena una música leve pero cada vez se hacia más y más fuerte al igual que el pensamiento ya cambiado por completo del hombre de terno, pero la música se hacia insoportable y no se sabía de donde venia. Hasta que Sebastián se da cuenta que esta en su cama y que la música que escuchaba era la arma de su teléfono y también se dio cuenta que se había atrasado 20 minutos para ir a clases.


                                  FIN




Mundo Mítico (Abner Cea)

Definición De Mundo Mítico:

      El mundo mítico es el tipo de mundo creado por la literatura que relata todo tipo de cosas comunes o sobrenaturales como: la vida, el día, el sol, la muerte, el origen del mundo, el trueno, el fuego, etc. Desde la antigüedad los pueblos han creado mitos para expresar lo que no sabían lo que no conocían destacan los mitos griegos y romanos, pero también están los mitos de sur America destacando los chilenos. En el sur de Chile se centran varios mitos importantes y muy especiales como: el Caleuche,  el Trauco, la Pincoya. En resumen el mundo mítico se creo para explicar lo que no se puede explicar, las cosas que no se sabía el origen se les creaba una historia mítica.

El mito del minotauro

Se cuenta que, en una ocasión, Pasifae, esposa del rey de Creta, Minos, incurrió en la ira de Poseidón, y, este, como castigo, la condenó a dar a luz a un hijo deforme: el Minotauro, el cual tenía un enorme cuerpo de hombre y cabeza de toro. Para esconder al “monstruo”, Minos había mandado a construir por el famoso arquitecto Dédalo el laberinto, una construcción tremendamente complicada de la que muy pocos conseguían salir, escondiéndolo en el lugar más apartado.
A cada luna nueva, era imprescindible sacrificar un hombre, para que el Minotauro pudiera alimentarse, pues subsistía gracias a la carne humana. Sin embargo, y cuando este deseo no le era concedido, sembraba el terror y la muerte entre los distintos habitantes de la región….













EL MITO DE LA EXTINCION PROVOCADA:
                                      I

    Donde la vida se había terminado y el sol dejaba de alumbrar la luna ilumino la noche con una estrella la cual se dividió en dos partes una callo en la parte alta de la tierra y otra bajo el océano, la que callo en la tierra formo con su luz campos y prados, árboles y plantas, y criaturas que dieron sonido y armonía a la tierra mientras el otro fragmento de la estrella que callo en el océano y con la velocidad que se desplazaba toco el fondo del mar, también tenia luz pero al caer tan profundo se perdió en la mayoría oscuridad del fondo del océano dio origen eso a una oscuridad viva que comenzó a crecer y consumir la fuerza del océano esa luz de la estrella creo la maldad el odio la extinción de la luz.
                                      II

    La vida sobre la tierra era prospera las criaturas subsistían en paz y calma. Los años avanzaban y la vida cada vez cambiaba más, ya no eran criaturas pequeñas ni débiles se avían transformado en distintos animales de distintos colores y tamaños, habitaron cada rincón de la  tierra aunque hubo unos cuantos de esas animales que avanzaron mas, no se quedaron en las garras y pelo abundante sobre el cuerpo, lograron desarrollar mas aun la inteligencia que el resto de sus hermanos al hacer esto su cuerpo cambio y se adaptaron a sus nuevos ambientes. Al querer siempre avanzar más que el resto de sus hermanos llegaron incluso a cazarlos e intentar extinguirlos, la luz de la vida que latía en cada una de sus almas se empezaba a ir a ser expulsada de sus cuerpos, olvidaron su propia vida.

                                  
                                    III

     Mientras la destrucción de la vida comenzaba en la superficie de la tierra la maldad del fondo del océano ya se había desplazado por todos los mares, solo esperaba el momento exacto para invadir la superficie para que su oscuridad lo cubriera todo. A pesar de que el mundo en la superficie estaba siendo destruido por sus propios habitantes esa luz de la vida que daba alma a todas las criaturas aun existía aun luchaba para que los males terminaran. No era suficiente tener las ganas de cambiar lo malo, ya estaba todo destruido, la vida se estaba agotando el alma perdiendo. Fue entonces que la luz que la luz decidió abandonar a los seres, dejar  que se terminaran de destruir, así partió la luz y los abandonos.

                                    IV

    Mientras la luz abandonaba a los seres, la oscuridad envolvía toda la tierra. La destrucción era inevitable ya era absurdo intentar detenerse la tierra ya se había destruido sin recursos, sin luz, sin vida, pero al verse abandonados de alma quisieron intentar recuperarse, se unieron para volver a vivir así lucharon contra la maldad la oscuridad que día a día los consumía mas al haberlos abandonado la luz también lo hizo sus almas eso provocaba que la oscuridad entrara mas fácil en sus mentes en sus corazones. Estaban a la nada de la extinción, mientras todo esto ocurría la luz oscura del océano observaba desde las costas como la lucha por quien era mas poderoso ahora se convertía en la lucha de quien sobrevive.

                                     V

   Trataron de vivir en guerra no pudieron y cuando intentan volver a la paz el fin se encuentra cerca, pero el esfuerzo la preocupación por lograr vivir una vez mas los hizo obtener alma. La luz ya no era necesaria para vivir se tenían ellos mismos, se podían cuidar y mantener en armonía ellos mismos y a pesar de que estuvieron tan cerca de la extinción resurgieron. Ya era suficiente espera no iba a dejar que vivieran mas la oscuridad del océano ya había aguardado mucho era hora de salir, nunca lo había echo y no estaba seguro de lo que iba a ocurrir afuera pero su poder era casi ilimitado lo suficiente para borrar la tierra lo suficiente para mas oscuridad.

                                  VI

No lo pensó lo hizo salio a oscurecer la tierra cubrió con sus mares la superficie arrasando con todo no perdono vida alguna solo tomo las ultimas fuerzas de los pocos seres que aun existían, al hacer eso termino con la luz que se había vuelto a formar en esas débiles almas. El poder de la oscuridad lo envolvió todo, a pesar de que no cabrío toda la tierra al hacer eso prefirió confinarlos a la eterna oscuridad, así los vería sufrir ahogarse en sus penas verlos morir que por fin la luz de cada ser vivo se terminara se extinguiera la vida, ya no quedaba vida en la tierra, pero el trozo de estrella que callo sobre la tierra volvió no podía estar tranquilo sabiendo que su creación una parte de su luz ahora moría.

                                 VII

Llego la luz denuedo pero al haberse alejado tanto de la vida su poder era débil en comparación con lo fuerte que se volvía la oscuridad del océano ahora mas aun gracias a la destrucción y el sufrimiento que provocaba, pero la luz no dejaría solos a los seres a la tierra a esas almas muriendo, se lanzo en una pelea contra la oscuridad, la hubiese vencido si no fuera porque la oscuridad se refugio en el océano donde sabia que la luz no podría llegar pero ya era la hora de terminar con todo el universo era un lugar muy pequeño para tanta destrucción y maldad así que otra vez tendría que empezar todo denuedo resurgir, el pedazo de estrella que callo sobre la tierra “la luz” miro así el cielo y el pedazo de estrella que callo en el mar “la oscuridad” se sumergió hicieron esto mientras desde el cielo una estrella caía y se rompía en dos al caer los trozos todo lo anterior se extinguió.











Mundo Realista (Braulio Gamonal)

Mundo Realista
Características
Se ajusta a una realidad presentando cánones semejantes a la vida cotidiana en una secuencia lógica de hechos
Tiene como propósito reflejar de manera objetiva esa realidad
Obras Literarias que en que se representa un Mundo Realista
    • Martín Rivas de Alberto Blest Gana
    • Gracia y el Forastero de Guillermo Blanco
    • La Tregua de Mario Benedetti
    • Sábado de Gloria Mario Benedetti
    • Paula de Isabel Allende 

Ejemplo:

PAULA
Isabel Allende

Contraportada
Paula es una descarnada memoria que se lee sin respirar, como una novela de suspenso.
A partir de una experiencia trágica, Isabel Allende escribe estas páginas conmovedoras.
En diciembre de 1991, su hija Paula cayó enferma de gravedad y poco después entró en
estado de coma. En el hospital la autora comienza a contar la leyenda de su familia para
su hija inerte: "¿Dónde andas, Paula?
¿Cómo serás cuando despiertes? ¿Tendrás memoria o tendré que contarte pacientemente
los veintiocho años de tu vida y los cuarenta y nueve de la mía?" Aparecen entonces ante
nuestros ojos los extravagantes antepasados, los recuerdos deliciosos y amargos de la
infancia, las anécdotas inverosímiles de la juventud, los secretos más íntimos transmitidos
en susurros. Y también el país natal, Chile, y su turbulenta historia: el golpe militar de
1973, la dictadura y los años de exilio para la familia. Entre sus múltiples personajes se
destaca el primo de su padre, un joven diputado "que predicaba contra la Propiedad
privada y la moral conservadora": Salvador Allende.
Como un exorcismo contra la muerte, Isabel Allende en estas página explora el pasado e
interroga a los dioses. El resultado es un libro mágico que lleva al lector del llanto a la
risa, del terror a la sensualidad y a al sabiduría. Paula es una prodigiosa evocación y un
canto a la vida escrito desde el alma por esta mujer valiente y admirable, la creadora de
La casa de los espíritus.
3
En diciembre de 1991 mi hija Paula cayó enferma de gravedad y poco después entró en
coma. Estas páginas fueron escritas durante horas interminables en los pasillos de un
hospital de Madrid y en un cuarto de hotel, donde viví varios meses. También junto a su
cama, en nuestra casa de California, en el verano y el otoño de 1992.
4
PRIMERA PARTE
Diciembre 1991–Mayo 1992
Escucha, Paula, voy a contarte una historia, para que cuando despiertes no estés tan
perdida.
La leyenda familiar comienza a principios del siglo pasado, cuando un fornido marinero
vasco desembarcó en las costas de Chile, con la cabeza perdida en proyectos de grandeza
y protegido por el relicario de su madre colgado al cuello, pero para qué ir tan atrás, basta
decir que su descendencia fue una estirpe de mujeres impetuosas y hombres de brazos
firmes para el trabajo y corazón sentimental. Algunos de carácter irascible murieron
echando espumarajos por la boca, pero tal vez la causa no fue rabia, como señalaron las
malas lenguas, sino alguna peste local. Compraron tierras fértiles en las cercanías de la
capital que con el tiempo aumentaron de valor, se refinaron, levantaron mansiones
señoriales con parques y arboledas, casaron a sus hijas con criollos ricos, educaron a los
hijos en severos colegios religiosos, y así con el correr de los años se integraron a una
orgullosa aristocracia de terratenientes que prevaleció por más de un siglo, hasta que el
vendaval del modernismo la reemplazó en el poder por tecnócratas y comerciantes. Uno
de ellos era mi abuelo. Nació en buena cuna, pero su padre murió temprano de un
inexplicable escopetazo; nunca se divulgaron los detalles de lo ocurrido esa noche fatídica,
quizás fue un duelo, una venganza o un accidente de amor, en todo caso, su familia
quedó sin recursos y, por ser el mayor, debió abandonar la escuela y buscar empleo para
mantener a su madre y educar a sus hermanos menores. Mucho después, cuando se
había convertido en hombre de fortuna ante quien los demás se quitaban el sombrero, me
confesó que la peor pobreza es la de cuello y corbata, porque hay que disimularla. Se
presentaba impecable con la ropa del padre ajustada a su tamaño, los cuellos tiesos y los
trajes bien planchados para disimular el desgaste de la tela. Esa época de penurias le
templó el carácter, creía que la existencia es sólo esfuerzo y trabajo, y que un hombre
honorable no puede ir por este mundo sin ayudar al prójimo. Ya entonces tenía la
expresión concentrada y la integridad que lo caracterizaron, estaba hecho del mismo
material pétreo de sus antepasados y, como muchos de ellos, tenía los pies plantados en
suelo firme, pero una parte de su alma escapaba hacia el abismo de los sueños. Por eso
se enamoró de mi abuela, la menor de una familia de doce hermanos, todos locos
excéntricos y deliciosos, como Teresa, a quien al final de su vida empezaron a brotarle
alas de santa y cuando murió se secaron en una noche todos los rosales del Parque
Japonés, o Ambrosio, gran rajadiablos y fornicador, que en sus momentos de generosidad
se desnudaba en la calle para regalar su ropa a los pobres. Me crié oyendo comentarios
sobre el talento de mi abuela para predecir el futuro, leer la mente ajena, dialogar con los
animales y mover objetos con la mirada. Cuentan que una vez desplazó una mesa de
billar por el salón, pero en verdad lo único que vi moverse en su presencia fue un
azucarero insignificante, que a la hora del té solía deslizarse errático sobre la mesa. Esas
5
facultades despertaban cierto recelo y a pesar del encanto de la muchacha los posibles
pretendientes se acobardaban en su presencia; pero para mi abuelo la telepatía y la
telequinesia eran diversiones inocentes y de ninguna manera obstáculos serios para el
matrimonio, sólo le preocupaba la diferencia de edad, ella era mucho menor y cuando la
conoció todavía jugaba con muñecas y andaba abrazada a una almohadita roñosa. De
tanto verla como a una niña, no se dio cuenta de su pasión hasta que ella apareció un día
con vestido largo y el cabello recogido y entonces la revelación de un amor gestado por
años lo sumió en tal crisis de timidez que dejó de visitarla. Ella adivinó su estado de ánimo
antes que él mismo pudiera desenredar la madeja de sus propios sentimientos y le mandó
una carta, la primera de muchas que le escribiría en los momentos decisivos de sus vidas.
No se trataba de una esquela perfumada tanteando terreno, sino de una breve nota a
lápiz en papel de cuaderno preguntándole sin preámbulos si quería ser su marido y, en
caso afirmativo, cuándo. Meses más tarde se llevó a cabo el matrimonio. La novia se
presentó ante el altar como una visión de otras épocas, ataviada en encajes color marfil y
con un desorden de azahares de cera enredados en el moño; al verla él decidió que la
amaría porfiadamente hasta el fin de sus días.
Para mí esta pareja fueron siempre el Tata y la Memé. De sus hijos sólo mi madre interesa
en esta historia, porque si empiezo a contar del resto de la tribu no terminamos nunca y
además los que aún viven están muy lejos; así es el exilio, lanza a la gente a los cuatro
vientos y después resulta muy difícil reunir a los dispersos. Mi madre nació entre dos
guerras mundiales un día de primavera en los años veinte, una niña sensible, incapaz de
acompañar a sus hermanos en las correrías por el ático de la casa cazando ratones para
guardarlos en frascos de formol. Creció protegida entre las paredes de su hogar y del
colegio, entretenida en lecturas románticas y obras de caridad, con fama de ser la más
bella que se había visto en esa familia de mujeres enigmáticas.
Desde la pubertad tuvo varios enamorados rondándola como moscardones, que su padre
mantenía a la distancia y su madre analizaba con sus naipes del Tarot, hasta que los
coqueteos inocentes terminaron con la llegada a su destino de un hombre talentoso y
equívoco, quien desplazó sin esfuerzo a los demás rivales y le colmó el alma de
inquietudes. Fue tu abuelo Tomás, que desapareció en la bruma, y lo menciono sólo
porque llevas algo de su sangre, Paula, por ninguna otra razón...

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